La luz y el calor ha desaparecido, dando paso a un aire fresco.
La noche ha tomado ahora el poder, la oscuridad va tragándose el poco
rastro de luminosidad que todavía quedaba en las desiertas calles de San
Francisco, famosa por su gran turismo y la variedad de nacionalidades de sus
habitantes que habitaban en ella.
Unos de los monumentos que más destacaban en la ciudad, era sin duda El
Golden Gate, nombre que le brindaron al puente con mayor fama del mundo. Fue
una estructura de un color anaranjado, construida entre 1933 y 1937. Con una
altura aproximada de mil doscientos ochenta metros. La mejor obra de ingeniería
de su época.
Obreros y buzos trabajaron con ahínco en su construcción, con el fin de
poder dar forma a esta increíble belleza, protagonista de numerosas películas,
canciones y novelas. Bastó poco más de cuatro años para acabar este gran sueño,
convirtiéndolo así en realidad.
A pesar, de ser un elemento inerte y carente de sentimiento alguno, nadie
quita lo buen luchador que demostró ser a lo largo de los años. Ni los fuertes
vientos, ni los catastróficos terremotos pudieron moverlo de su sitio, de su
trono.
Sin embargo, la inexistencia de mano de obra y el agua salada del océano
Pacífico, han hecho que esta gran obra perdiera el recubrimiento que la
protegía ocasionando una terrible oxidación, impidiendo casi poder llegar a las
zonas montañosas de el sur del Condado de Marín.
Las horas pasan sin descanso, la fuerte brisa azota, provocando el balanceo
de los cables del puente. A su vez, la fuerza de la corriente logra derrubiar con
firmeza las desgastadas rocas de la orilla.
Los suaves aullidos de una manada de lobos resuena por todos los rincones.
Mirando al cielo, Una grisácea luna llena continua subiendo, a su lado miles de
pequeñas estrella brillan por toda la atmósfera.
Un murmullo tras otro, los sonidos empiezan a mezclarse en un precioso
concierto para aquellos oídos que sepan apreciarlo. En el agua, se reflejaba
una tranquilidad envidiable, parece que nada había cambiado con el paso del
tiempo.
Dejando un poco atrás el inutilizado puente, el asfalto de la carretera para
llegar a él se encuentra en un estado lamentable. Lleno de baches y grietas
recubiertas de musgo por todas partes. La basura se ha ido acumulando por toda
la vía y como consecuencia de este factor, empezaron a atraer a todo tipo de
seres vivos. La mugrienta ropa estaba esparcida por todo suelo, amontonándose y
los vehículos ocupaban casi toda la calzada.
Entrando en las calles de la ciudad, se observa como el panorama ha perdido
todo su esplendor. Todo está muerto, vacío; ni siquiera hay contaminación
acústica provocada por el bullicio de los vehículos pitando para poder seguir
circulando o los atascos matutinos para poder llegar a tiempo a realizar la
jornada laboral.
Y A pesar de estar todo podrido, la naturaleza no dejó de seguir cumpliendo
su misión. Creó un paisaje diferente, destruyendo lo poco que quedaba del día
en que el ser humano construyó todo tipo de casas y edificios para su propio
beneficio.
Como un gran abrazo, los árboles y la vegetación adornan todo tipo de
semáforos, farolas y coches. Las plantas trepadoras se agarran con fuerza a
algunas viviendas abandonadas. Las raíces de los árboles han destrozado por
completo el pavimento de la calle. Los adoquines que formaban parte del suelo
se han agrietado dejando paso al musgo.
El olor a descomposición se ha extendido por
todo el ambiente. Los restos de personas y animales muertas se acumulan en
pequeños charcos de barro, cubiertos de insectos. Las ratas han dejado de ser
pequeñas, ahora son enormes, sus colmillos son más largos y afilados lleno de
bacterias capaces de infectar cualquier ser sano que se acerque a ellas..
Según vas caminando, sigue apareciendo más cadáveres, perros, gatos, todo
se corrompe dejando a su paso ese charco de sangre oscura y envenenada.
De repente, en medio de la nada puede divisarse los escasos intentos de una
persona de poder entrar en un coche. Eso para cualquiera es algo normal, aunque
deja de serlo al ver como a cabezazos logra romper el cristal del vehículo.
Ya no es un ser humano, su aspecto es desagradable, el resto de la piel de
su rostro se ha desprendido casi por completo, dejando al descubierto músculos
y huesos al descubierto.
"Sé que estás ahí puta
bastarda, en la oscuridad puedo verte, tus delicadas manos me acarician, me
calman el alma cuando ésta se encuentra inquieta pero se detienen siempre en mi
cuello y aprietan con fuerza hasta dejarme casi sin respiración...Pero jamás
voy a darte el gusto de joderme una vez más, porque esta historia solo acaba de
empezar."
No tiene sueños ni pensamientos, lo único que quiere y anhela es el poder
llevarse algo a la boca, con el fin de tener otro día en el que vivir su
infierno. Sin embargo, hoy no va a tener esa suerte.
-¡Hijo de puta! Me has destrozado el cristal del coche.- Una voz grave se escucha dentro del vehículo.- Lo siento, pero yo no soy tu cena así que despídete de tu mierda de
existencia.- Su mano izquierda sostiene con
firmeza una Sig P220, solo tuvo que apuntar y apretar el gatillo. Demasiado
fácil para él, muy aburrido para lo que estaba acostumbrado a hacer.
El eco del disparo resonó por toda la calle, ya solo hay otro
cadáver más en el suelo, cayéndole un pequeño hilo de sangre oscura de la
frente.
Segundos después, miles de pisadas
se oyen alrededor del coche, el gentío es cada vez mayor. Poco a poco ese
mutismo desaparece entre cientos de gruñidos y cansadas respiraciones...
La puerta del viejo todoterreno se abre y unas pesadas botas negras pisan el suelo. Sus ojos están cerrados no
tiene la necesidad de ver con solo sentir bastaba. La adrenalina empieza a
correr por sus venas, en su cabeza suena las notas de una canción preparándole
para la matanza.